El pasado lunes se conmemoró el vigésimo aniversario de los atentados más
sangrientos sufridos en Europa en los últimos cincuenta años. El 11 de marzo
de 2004, Madrid fue el lugar escogido por los terroristas para seguir
expandiendo el pánico en el mundo occidental, tras los hechos del 11 de
septiembre de 2001, en Estados Unidos, y aplicarse más tarde, con similar
crueldad, en Londres y París. 
Las consecuencias de aquellos ataques despiadados e indiscriminados de Al
Qaeda son bien conocidas: 2.996 muertos, 24 desaparecidos y 25.000 heridos,
en Estados Unidos (11-S de 2001); 192 muertos y cerca de 20.000 heridos, en
Madrid (11-M de 2004); 52 muertos y cientos de heridos, en Londres (7-J de
2005), y 20 muertos y 22 heridos, en París (13-N de 2015).
Sin embargo, pese al tiempo transcurrido, se mantiene la disparidad de criterios
sobre la razón que puede llevar al ser humano a la comisión de crímenes tan
salvajes. Cuánta crueldad habita en un individuo para acabar cegando la vida
de inocentes de camino al trabajo, al colegio, a la universidad, a acompañar a
un enfermo, al médico o, simplemente, en busca de empleo para sostener a los
suyos.
Sí parece imponerse la tesis de que la invasión de Irak resultó un error
estratégico, sustentado sobre unas premisas falsas, que ha terminado por
acrecentar el distanciamiento entre Occidente y el mundo islámico
En el caso de España, la fractura política producida como consecuencia de los
atentados de Madrid del 11 de marzo de 2004 se prolonga por espacio de más
de dos décadas. Y, efectivamente, es muy probable que tales hechos ayudaran
a cambiar las expectativas sobre el resultado que iban a tener las elecciones
celebradas 72 horas después.
Los sondeos de opinión apuntaban a un triunfo del Partido Popular, liderado
entonces por Mariano Rajoy, aunque los socialistas recortaban terreno en la
recta final de la campaña. Pero la gestión de la comunicación, el relato sobre
los atentados en los trenes de cercanías de la capital del Estado, acabó por
frustrar la ventaja de la que gozaban los populares.
Si bien hasta alrededor de las 11 de la mañana los primeros indicios apuntaban
a que ETA estaba detrás de la acción criminal, noticias posteriores, que fueron
llegando de servicios de inteligencia internacionales, lo desmentían: empezaba
a señalarse a Al Qaeda como la verdadera autora de esta masacre.
De hecho, a partir del mediodía, comienza a imponerse la tesis de que era el
terrorismo islamista el que había golpeado brutalmente Madrid. Sólo José
María Aznar y sus colaboradores más cercanos, igual que los medios de
comunicación ideológicamente más afines, mantuvieron la teoría acerca de
ETA.

A última hora de la jornada, Aznar convoca unilateralmente una manifestación
en Madrid para la tarde del viernes 12, despreciando a la comisión de la que
formaban parte todos los partidos políticos, creada a raíz del Pacto por las
Libertades y contra el Terrorismo. Sin duda, un grave error de cálculo del
entonces presidente, que veía cómo se iba aislando políticamente, cada vez
más. 
A los errores de comunicación cometidos por el PP desde la mañana del
atentado hasta la jornada de reflexión, el sábado 13 de marzo, cabe unir el
acierto de los socialistas, con el manejo sutil de la manifestación y la utilización
de los medios afines en el periodo referido, sembrando una idea: el Gobierno
de Aznar miente a los españoles.
Desde entonces, el Partido Popular imputa al PSOE la manipulación de la
manifestación y el uso de la jornada de reflexión para desalojarlo del Gobierno,
con la connivencia de medios afines. Por el contrario, los socialistas han
carecido de humildad para reconocer que el atentado les ayudó a adelantar su
llegada a La Moncloa.
Con todo, el enfrentamiento, la bronca y las descalificaciones personales entre
socialistas y populares se mantiene dos décadas después. Basta con ver lo
sucedido esta semana en torno al vigésimo aniversario de los atentados, con
un nivel de insultos, de una a otra parte, que resulta sencillamente intolerable.