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Con la llegada del mes de agosto la actualidad política suele tomarse unas semanas de vacaciones, aunque dados los acontecimientos que estos meses siguen sobre la mesa -especialmente las incertidumbres que genera el órdago catalán- todo anuncia que este verano será algo diferente. Entre otros argumentos, hay dos situaciones que junto a las negociaciones presupuestarias, la debilidad parlamentaria del Gobierno de España y el caso catalán han marcado y condicionarán en buena medida el verano y sobre todo el otoño político. De una parte, el consenso alcanzado por todas las fuerzas para impulsar un Pacto de Estado en la lucha contra la violencia de género. Y, de otra, la imagen de Mariano Rajoy compareciendo en la sala habilitada por la Audiencia Nacional, en su condición de testigo, en el juicio que se lleva a cabo por el llamado “caso Gurtel”.

Sin lugar a dudas, es una magnífica noticia que los llamados viejos y nuevos partidos hayan alcanzado un acuerdo sobre un asunto -el de la violencia machista- que nos degrada como sociedad. Que la derecha española -representada por el PP y Ciudadanos- y la izquierda que intentan liderar tanto el PSOE como Unidos Podemos hayan tenido la altura de miras necesaria para fraguar este primer gran acuerdo de la legislatura en un asunto tan sensible refuerza la convicción de los que creemos en la política como instrumento que ayuda a dar respuestas a los problemas que cotidianamente sufre nuestra sociedad. El acuerdo cerrado unánimemente  debe ayudar a dar un nuevo impulso a una lucha que corría el riesgo de quedar paralizada por la impotencia o el conformismo.

En lo que llevamos de año han sido asesinadas 32 mujeres —cinco más que en el mismo periodo del año anterior— y seis menores, y otros 16 han quedado huérfanos. La ley contra la Violencia de Género de 2004 permitió cambiar el paradigma de fatalidad y dar un salto tanto en la protección de las mujeres amenazadas como en el castigo de los maltratadores. Pero su aplicación era desigual y era preciso superar además carencias importantes. El consenso alcanzado por las principales formaciones políticas entorno a uno de los problemas más vergonzantes que golpea salvajemente nuestras conciencias como seres humanos puede alumbrar el camino para que, en el próximo curso legislativo, se puedan materializar acuerdos sobre asuntos de interés general.

La otra foto que nos deja este primer acto de la legislatura es la de un presidente del Gobierno de España sentado, en su condición de testigo, ante la sala de la Audiencia Nacional que juzga al PP por el denominado “Caso Gurtel”. La imagen sin precedentes de un jefe del Ejecutivo compareciendo ante la Justicia puede leerse de muchas maneras. Hay quienes lo ven como un síntoma de normalidad democrática, de madurez institucional. Otros lo analizan desde una perspectiva menos favorable a los intereses de Rajoy y ya anuncian iniciativas en el ámbito parlamentario para exigir su renuncia como presidente del Gobierno.

Rajoy se va de vacaciones dejando abiertas esas controversias entre defensores y detractores, pero prácticamente indemne en esta primera fase de una legislatura con un gabinete sustentado por el menor número de apoyos parlamentarios de estos cuarenta años de democracia.

Superado el trámite de su nombramiento con la abstención del PSOE se inició un recorrido con muchas curvas en el camino. La estrategia de colaboración pasiva del PSOE -especialmente para evitar unas nuevas elecciones- cambió con la resurrección de Sánchez como secretario general. Los partidos de la oposición anunciaron que gobernarían desde la mayoría que tenían en el Congreso de los Diputados. Entre otros objetivos, se comprometieron a revertir leyes aprobadas en su día por la mayoría absoluta que disfrutó el PP en la pasada legislatura. Nada de eso ha ocurrido. Rajoy ha gobernado con una exigua minoría parlamentaria con mucha comodidad. Ha habido más ruido que nueces en las iniciativas impulsadas hasta ahora por la oposición.

La aproximación que están haciendo PSOE y Podemos para coordinar la oposición a Rajoy no cambiará sustancialmente la situación. Atado y por  lo que parece bien atado el PNV lo único que puede hacer más incómoda su estancia en Moncloa es un cambio de estrategia de Ciudadanos, pero pocas sorpresas caben esperarse del partido liderado por Rivera. De alguna forma, la incapacidad de los  principales grupos parlamentarios para pasar de las palabras a los hechos en distintas materias animan a concluir que están facilitándole a Rajoy una legislatura objetivamente difícil.