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Bandera de la UE

La seria advertencia que implica el resultado de las elecciones presidenciales en Austria, el pasado domingo, exige que, tanto en el ámbito de cada Estado, como en el de la UE, los problemas que padece una parte muy importante de los ciudadanos tengan respuestas y soluciones efectivas, reales y comprometidas.
 
Las secuelas que está dejando la peor crisis económica y social que ha sufrido Europa después de la segunda guerra mundial van mucho más allá de la pérdida generalizada de bienestar y calidad de vida. La crisis más visible está asociada al paro, a la pérdida de poder adquisitivo, a los desahucios y, en general, a la disminución de oportunidades. Sin embargo, algunos acontecimientos y tendencias de voto nos ponen en la pista de que la crisis está yendo más allá.

El desprestigio de las formaciones políticas tradicionales, que hasta ahora habían garantizado la estabilidad del sistema y el progreso de la sociedad; el descontento de las clases medias ante lo que se percibe como una salida en falso de la crisis económica global, que está minando el Estado del bienestar; y, finalmente, una crisis humanitaria descomunal, como la de los refugiados, muy mal gestionada tanto a nivel de los estados como el europeo, constituyen un coctel que golpea los pilares del viejo continente.

El caldo de cultivo que provocan esas amenazas está ayudando a que surjan posiciones de ruptura con el proyecto común europeo -a la vista tenemos el referéndum en el Reino Unido- o al crecimiento de opciones ultraderechistas y otros movimientos similares -racistas, xenófobos o populistas con peligrosos tintes totalitarios- que hace tiempo superan la presencia testimonial en los Parlamentos nacionales, convirtiéndose en un factor de radicalización de la sociedad y en una amenaza creciente para la consolidación de un proyecto europeo basado en la libertad, la democracia, la tolerancia y la cohesión e integración social.

La lista se va ensanchando y va desde la Aurora Dorada griega hasta los partidos ultraderechista de Escandinavia, pasando por el auge que están teniendo los movimientos de grupos alemanes o el crecimiento del Frente Nacional de Marine le Pen que va a optar, con opciones, a la presidencia de Francia.

En este contexto, no puede dejarse pasar por alto lo ocurrido en las elecciones del pasado domingo en Austria. Por solo 31.026 votos -sobre 4,6 millones- Austria no tiene hoy el primer presidente ultraderechista que preside un Estado de la UE. Fue necesario esperar al recuento del voto por correo para confirmar la exigua victoria del ecologista Alexander Van del Bellen sobre el candidato de la ultraderecha Norbert Hofer, que basó su campaña en ese caldo de cultivo que recorre Europa aprovechando la falta de respuesta a los problemas reales que tiene nuestra sociedad.

A estas alturas, los países de la UE deben seguir impulsando medidas que permitan ir dejando atrás la crisis y, además, que enfríen el caldo de cultivo del que se nutren las propuestas de la ultraderecha y el populismo.