Etiquetas

, , , , , , , , , , , , ,

Manos

Parece que fue ayer, pero no. Va a cumplirse casi una década, un largo periodo en el que una parte importante de los ciudadanos de a pie viene sufriendo las devastadoras consecuencias del paro o de la precariedad laboral. Años, muchos años, en los que los efectos sociales de la crisis económica y de las erróneas medidas de austeridad fiscal y devaluación salarial han destrozado el bienestar de cientos de miles de españoles.

Para colmo de males, la progresiva pérdida de oportunidades se ha producido en tiempos en los que la corrupción, el descrédito institucional generalizado o los casos de escasa ejemplaridad empresarial y sindical han disparado la frustración e indignación de la ciudadanía. Por si con esto no bastara, las tensiones territoriales que cuestionan la actual estructura del Estado han crispado todavía más la situación.

Somos muchos los que, en los ámbitos político, social, periodístico o económico, compartimos la idea de que es el momento de abrir el camino a una Segunda Transición en España. Así lo expresé públicamente, muchos años atrás, en distintas conferencias y comparecencias ante agentes sociales y económicos. Lo defendí entonces y los acontecimientos hacen que, con más fuerza si cabe, crea en ello.

Aunque no parece que los líderes de los principales partidos den muestras de hacer suyo el espíritu de la Transición, marcado por la flexibilidad y la predisposición a los acuerdos, hay elementos que invitan a pensar que esa Segunda Transición, ese tiempo nuevo, ha comenzado. Empezó con los resultados de las elecciones Autonómicas y Locales, primero, y con las Generales del pasado año, a continuación.

Después de casi 40 años hay que ajustar la arquitectura del Estado modificando la Constitución. Debe modernizarse y transparentarse la gestión pública. Hace falta marcarse como objetivos, entre otros, la lucha por una mayor igualdad social y combatir la pobreza.

La ciudadanía ha alcanzado un alto grado de madurez democrática, pero unos partidos políticos anclados cada uno en lo suyo y con escasa capacidad para entender el tiempo histórico que estamos viviendo no dan señales de estar a la altura que este proceso exige. Si de verdad hay convicción para afrontar las reformas estructurales que den un impulso a esta Segunda Transición son necesarias mayorías cualificadas y no gobiernos de todos contra otros.

Por los movimientos que protagonizan los principales dirigentes solo se baraja un Gobierno para dar continuidad a las políticas del PP u otro que nazca con el objetivo de aniquilarlas. Es decir, podrá producirse un cambio del color del Gobierno pero no será posible abordar en profundidad los grandes cambios estructurales que exige la situación actual.

La sensación es que estamos ante un tiempo perdido que nos lleva sin pena ni gloria a nuevas elecciones, sin atacar el problema de fondo. Me pregunto si no sería aconsejable pactar un Gobierno de concentración, con unos objetivos muy definidos, que aborde los temas estructurales de fondo, con líneas maestras que sí sean compartidas mayoritariamente. Una agenda de cuatro o cinco compromisos de Estado para, en dos años como máximo y con las nuevas reglas pactadas, ir de nuevo a las urnas con un nuevo marco.

Con la aparición de Podemos y sus confluencias, y de Ciudadanos, se ha abierto un tiempo nuevo. El problema es que este tiempo nuevo no puede gestionarse con las reglas del tiempo anterior. Por eso es necesario poner al día los pilares del Estado, porque afrontar un tiempo nuevo con mecanismos viejos conduce, a la vista está, al bloqueo político e institucional.