Las colas en buena parte de nuestras carreteras y de los accesos a puertos y
aeropuertos; la masificación en los puntos calientes de las principales áreas
turísticas (Corralejo, El Castillo, Costa Calma, Morro Jable, Puerto del Carmen,
Playa Blanca, Timanfaya, Costa Teguise, sur de Gran Canaria, sur de Tenerife
o Puerto de la Cruz); los inalcanzables precios de los alquileres para los
trabajadores en las zonas turísticas; los problemas derivados del incremento de
los usuarios de los servicios sanitarios y educativos; el escaso o nulo interés de
las personas que viven en Canarias por trabajar en los servicios que dan
soporte al sector turístico que, por otra parte, obliga a seguir importando mano
de obra foránea; los ceros eléctricos que se están produciendo en algunas de
las Islas; el deterioro de buena parte de nuestro paisaje por el abandono de
nuestras tierras de cultivo…
Todas las circunstancias referidas son solo algunos de los factores que
contribuyen a tener la percepción de que estamos masificados, desbordados…
A sentir que no cabemos más y a que, en definitiva, estemos perdiendo buena
parte de la calidad de vida y bienestar del que siempre gozó el Archipiélago.
No obstante, la sensación de agobio y masificación no se produce por igual en
todas las Islas. Resulta mucho más acusada en aquellas con una mayor
dependencia del turismo de sol y playa, como Tenerife, Lanzarote, Gran
Canaria, Fuerteventura y, también, especialmente en verano, La Graciosa. Por
el contrario, una menor presión en dicho sentido, evitando los errores
cometidos en las citadas, se convierte hoy en la gran baza para un crecimiento
sostenible en La Palma, La Gomera y El Hierro.
Canarias es hoy una potencia turística mundial. Dicho sector constituye el
‘petróleo’ de la economía canaria, con la enorme diferencia de que su
explotación solo es una fuente de riqueza temporal, mientras que, en nuestro
caso, el turismo ha de serlo de manera permanente, para seguir ayudando a la
creación de bienestar entre la población isleña.
La naturaleza ha sido determinante (y seguirá siéndolo) para que el turismo en
Canarias resulte un polo tractor de primera magnitud. El clima, la biodiversidad
marina y terrestre, el paisaje, el cielo y el mar son los grandes pilares para el
desarrollo de una industria que ocupa directamente a más de 400.000
trabajadores, siendo el eje sobre el que gira la mayor parte de nuestra
economía.
Con aciertos y con errores, en los últimos cuarenta años Canarias ha crecido
más en infraestructura, equipamientos, servicios y bienestar social que en sus
más de quinientos años de historia. Y el turismo ha sido el motor.
De los éxitos alcanzados durante esas cuatro décadas -en paralelo con la
llegada de la democracia y la autonomía- ha sido participe el conjunto de la
sociedad canaria. Pero también de los errores.

Por eso debemos aprender de las equivocaciones, sobre todo para no
repetirlas en el futuro. Asistimos a ese momento temporal, el del
reconocimiento del turismo como motor de nuestra economía y garantía de
supervivencia en Canarias de las futuras generaciones de isleños. Pero ha
llegado el instante de decir ‘basta ya’ al seguidismo de un modelo convencional
basado en la cantidad.
Es hora de apostar por la calidad y la sostenibilidad del sistema, sin perder
energías en la culpabilización del otro. Es el momento del pacto, del acuerdo y
del consenso sobre lo que debemos de hacer para mantenernos en la cúspide
de los destinos turísticos mundiales. Pero solo será posible si somos
respetuosos con la capacidad de carga real de cada una de las Islas -medida
en calidad de vida y bienestar, no solo en número- y convertimos en nuestro
estandarte la apuesta por la sostenibilidad y el respeto a la naturaleza.
Las declaraciones contrapuestas y culpabilizadoras de algunos líderes
políticos, empresariales y sindicales, inquietos por las manifestaciones
convocadas para frenar el crecimiento, son pura gasolina para alimentar el
incendio social pretendido por unos pocos.