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El Hierro, Fuerteventura, Gibraltar, Gran Canaria, La Gomera, La Graciosa, La Palma, Lanzarote, Luxemburgo, Mónaco, Tenerife
Las principales arterias de comunicación terrestre en las islas más pobladas sufren constantes retenciones de tráfico. Lo que hace algunos años era excepcional, en alguna horas punta, se está convirtiendo en habitual. El incremento de la densidad del tráfico afecta prácticamente a todas las horas del día. Cada vez hay más coches en nuestras carreteras. Circular por las autopistas del norte y del sur de Tenerife es ya un verdadero calvario para los que vivimos aquí y también para millones de turistas.
Por diferentes razones, las obras previstas en el plan de carreteras están sufriendo retrasos que dan pie a la indignación de los usuarios habituales, sorprendiendo negativamente a quienes nos visitan. Pero, no nos engañemos, si seguimos creciendo en población y turistas no habrá carreteras suficientes para dar respuesta al número de coches que se van incorporando imparablemente.
Crece el número de turistas que nos visitan. Crece el número de personas que vienen buscando opciones de trabajo. Crece el número de viviendas por la demanda de las personas que deciden quedarse en Canarias. Los servicios públicos crecen pero no lo suficiente. En definitiva, crece el desequilibrio entre la capacidad que tiene nuestro territorio y nuestra economía y la realidad poblacional de las Islas. Cada vez resulta más complicado garantizar un modelo verdaderamente sostenible a las generaciones presentes y futuras.
Canarias corre el riesgo de retroceder en la calidad de vida que merecen quienes residen o visitan nuestro Archipiélago. Una pérdida de niveles de bienestar todavía más palpable en Tenerife y Gran Canaria, sin perder de vista que otras islas -Lanzarote y Fuerteventura, por ejemplo- sean ajenas al mismo problema. No es el caso de La Palma, La Gomera y El Hierro; pero sí, en sus parámetros específicos, el de La Graciosa.
El compromiso por la sostenibilidad -políticas de desarrollo que aseguran las necesidades del presente sin comprometer las del futuro- es comúnmente generalizado. La apuesta por las políticas sostenibles forma parte del lenguaje cotidiano de todos los partidos políticos, de los empresarios, de sindicatos y colectivos de todo tipo. Cualquier acción legislativa, económica o empresarial siempre va arropada con el término sostenible. Queda bien. Ha estado y sigue de moda, pero nos alejamos de esa filosofía y de sus criterios.
En la década de los setenta Canarias empezó a dejar atrás una situación de pobreza y miseria que había obligado a miles de isleños a emigrar en busca de mejores oportunidades para los suyos. Las comunicaciones aéreas y las condiciones que nos brinda la naturaleza ayudaron al desarrollo del sector turístico de forma determinante. De los dos millones de turistas que recibíamos en los años 70 hemos pasado a los dieciséis millones que recibimos ahora.
El crecimiento de plazas alojativas, de llegada de turistas y de actividad económica estaban estrechamente enlazados con oportunidades de trabajo y bienestar. Poco a poco dejamos de ser un pueblo que tenía que emigrar para consolidarnos como un destino que ofrecía trabajo a personas de todas las partes del mundo. La ecuación de aquellos momentos (más turistas, más construcción, más desarrollo y más empleo para la gente de aquí como sinónimo de bienestar, confort y calidad de vida) se ha invertido.
Estamos embarcados en un camino que nos lleva al desequilibrio y la insostenibilidad. Desequilibrio entre la capacidad de nuestra economía y las necesidades de la gente que vive aquí. Desequilibrio entre la conservación de nuestros recursos naturales y población. Desequilibrio entre la conservación de las señas de nuestra identidad y la influencia foránea. Desequilibrio entre las ofertas de trabajo y las opciones laborales reales para los canarios.
Los colapsos que se están produciendo en nuestras carreteras son muy visibles. Tenerife está en cabeza de los territorios más motorizados del mundo. Con casi 900 vehículos por mil habitantes supera a enclaves como Gibraltar, Mónaco o Luxemburgo, que disponen de unos 750 coches por mil habitantes y que han sido siempre referencia mundial por tan alto ratio.
Está costando mucho entender que el futuro pasa por una apuesta decidida por la sostenibilidad económica, de oportunidades de trabajo, del patrimonio cultural, natural y paisajístico, de los servicios públicos y del uso y respeto a nuestro territorio y nuestro mar. Una imagen vale más que mil artículos. La pesadilla que se vive en alguna de nuestras principales carreteras debe ayudarnos a reflexionar sobre la necesidad de apostar por un crecimiento razonable, sensato y sostenible.