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Metido el país en un laberinto al que nadie parece querer construirle una salida, al menos no más allá de los gestos o de propuestas puede que preelectorales, esta semana se daba a conocer el último sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Elaborada en los once primeros días de julio, la encuesta viene a `reiterar´ el triunfo de Partido Popular con un 32,5% de los votos, confirma el bloqueo político e institucional y evidencia que unas terceras elecciones no son la solución que España está buscando ya debajo de las piedras. En el supuesto de que nos convocaran otra vez a las urnas los ciudadanos no variaríamos sustancialmente nuestro voto, según el CIS. Hay más datos que merece un análisis. En el caso del PP, el 87,1% de sus votantes repetiría el voto del 26-J, el 84% de los del PSOE repetiría su apoyo a los socialistas y Unidos Podemos mantiene la fidelidad de sus votantes por encima del 80% -el 81,4%- . Hay otro elemento a considerar. El 77,7% repetirían su apoyo a Ciudadanos.

Todos sufren el desgaste sin importar si representan la vieja o nueva política

Más alla de esta fidelización del voto, que sobrevive al fracaso que los principales actores están protagonizando, es necesario poner el foco en un síntoma que se consolida encuesta tras encuesta: la creciente decepción y pérdida de prestigio o reputación de la política. Éste es, sin duda, uno de los asuntos que más preocupan al ciudadano. El fracaso de los partidos abona el desapego. Y sin excepciones. Todos sufren el desgaste sin importar si representan la vieja o nueva política. A ojos de los ciudadanos todos son más de lo mismo.

La democracia española pasa por el momento más delicado desde el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Esta conclusión no responde a ánimo algo de exagerar, sino a una mera descripción de hechos y antecedentes. En aquella ocasión el presidente del Gobierno que tomó el relevo al dimitido Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, recibió el apoyo de los partidos políticos para conducir al país en un período de transición hasta la convocatoria de elecciones generales -que fueron adelantadas al 28 de octubre de 1882, y que significaron un nuevo impulso a nuestra democracia con el triunfo arrollador de Felipe González-. Llegó aire fresco y la ilusión y la confianza se adueñó de nuevo de la gente.

Pedir un acuerdo de estas características a los representantes políticos actuales es predicar en el desierto

Ahora, después de los graves casos de corrupción pública y privada, de las secuelas de una profunda crisis económica que ha destrozado a miles de familias y de los abusos de la banca con los desahucios. Ahora, con la pérdida generalizada de bienestar y con miles de jóvenes que no ven salida a su futuro, ahora, en un clima generalizado de pesimismo, frustración y desapego de las instituciones, se echa en falta líderes políticos con verdadero sentido de Estado.

Sería deseable y exigible, ante esta situación de impotencia institucional, alcanzar un gran acuerdo que sirva para llevarnos en un tiempo razonable -alrededor de dos años- a unas elecciones con nuevas reglas para todos; un gran acuerdo -pacto- que debe contemplar una nueva normativa que permita en el futuro resolver situaciones políticas como la actual, la modificación de la Constitución, dar salida a la problemática territorial, asegurar el sistema de pensiones o afianzarnos en el proyecto europeo Por citar solo algunos ejemplos, sería necesario incluir medidas que ayuden a frenar el incremento de la desigualdad en España. Pero, por lo visto, pedir un acuerdo de estas características a los representantes políticos actuales es predicar en el desierto.

Creo, como millones de españoles, que el día después del bloqueo España desembarcará en un periodo de turbulencias institucionales

Los actores y las direcciones de los partidos están obligados a buscar fórmulas que desbloqueen la situación y eviten lo que, según el CIS, serían unas inútiles terceras elecciones. Sin embargo, no parece que haya mimbres para ese cesto. La escasa cultura que hay en España a la política de pactos y, fundamentalmente, la indisimulable animadversión entre Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera complican la solución.

Intuyo, por diversas razones, que al final el PSOE facilitará la investidura de Rajoy para que eche a rodar la que sería la legislatura más corta y más convulsa de nuestra democracia. Auguro, por diferentes motivos, que una mayoritaria oposición a un Gobierno del PP exigirá más pronto que tarde levantar, sacudir e investigar las alfombras que tapan los sangrantes casos de corrupción de la última legislatura. Creo, como millones de españoles, que el día después del bloqueo España desembarcará en un periodo de turbulencias institucionales que exigen el sentido de Estado que no están demostrando los protagonistas de la escena política.