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Patera

El 28 agosto de 1994 llegó a Canarias la primera patera procedente de África. Arribó a la costa de Fuerteventura; a bordo, dos jóvenes saharauis. Fue aquella patera la preocupante antesala de una crisis humanitaria que, durante más de 15 años, marcó nuestros días y provocó un notable eco en todo el mundo. 

El Atlántico se convirtió en un auténtico cementerio de ilusiones y de familias rotas. Alrededor de 100.000 personas alcanzaron las costas de nuestra islas. Muchos, miles, perdieron la vida en el mar. 

Algunos expertos llegaron a afirmar que, de cada tres cayucos que salían de la costa africana, uno se perdía en el mar. Un drama. Una auténtica tragedia. 

Vivimos de cerca aquel proceso. Presencié la llegada de uno de los cayucos a Playa Santiago (La Gomera) con una decena de muertos a bordo. Rabia, incredulidad e impotencia, como ciudadano y como responsable público, afloraron ante una situación que nunca admitió mirar hacia otro lado. Tampoco ahora.

Cuando España legisló para perseguir a los patronos de pateras y cayucos, las mafias organizadas comenzaron a traficar con menores no acompañados, que no podían ser repatriados. Nuestros centros de acogida, a pesar del esfuerzo descomunal de muchísima gente, se vieron desbordados. Hubo que habilitar cuarteles militares para poder dar una respuesta lo más digna posible a la situación. En buena medida, en muchos momentos los canarios nos sentimos solos, la necesaria respuesta desde otros ámbitos brillaba por su ausencia. 

En junio de 2009, empeñados en que se nos escuchara –y, en consecuencia, que se escucharan las voces y silencios del creciente drama en el mar– nos presentamos en Bruselas y, afortunadamente, encontramos la comprensión y el compromiso del, por aquel entonces, vicepresidente y comisario de Justicia y Libertades de la Comisión Europea, Jacques Barrot. 

Barrot, tristemente ya fallecido, visitó nuestro archipiélago y comprometió al Gobierno de España, de tal forma que, a raíz de las gestiones que lideramos e impulsamos desde las Islas, emprendió una política de apoyo a la labor de respuesta que distintos colectivos e instituciones estábamos desarrollando en nuestro archipiélago. A partir de ahí, las cosas comenzaron a cambiar. A partir de ese momento la solidaridad, la cooperación, ayudó a mejorar la atención que estas tragedias reclamaban y merecían. 

El Gobierno de Rodriguez Zapatero empezó, entonces sí, a hacer realidad un plan para fortalecer la presencia diplomática en África y alcanzar acuerdos con los países de origen. El resultado es bien conocido: más cooperación y apoyo a los países de origen, menos muertos en el mar.

En 2015, estas semanas, estos días, Europa afronta –con mas palabras que hechos– la mayor crisis migratoria desde la Segunda Guerra Mundial. Más de 300.000 inmigrantes han alcanzado tierra firme y más de 2.500 han perdido la vida en el intento. La UE se está mostrando incapaz de dar respuesta a una crisis migratoria que cada día se cobra vidas humanas en el mar o en los transportes colectivos terrestres. 

Es verdad que la inmigración que llega a través del Mediterráneo poco tiene que ver, en origen, con la que llegaba a través del Atlántico a Canarias. Los africanos buscaban, desde nuestras islas, ser derivados a algún lugar europeo donde encontrar oportunidades que les permitieran una vida que se les negaba en casa. La emigración por el norte de África, especialmente la proveniente de Siria y Libia, huye de los conflictos bélicos y políticos en sus países de origen. Buscan asilo político en Europa. 

Las escenas de muertes, de familias desesperadas, de inocentes que a buen seguro se preguntarán el porqué de tanta incomprensión, aún no ha llegado a despertar la suficiente conciencia y empeño por parte de las instituciones europeas. El egoísmo insolidario se impone a la triste realidad del día a día. Europa tiene que reaccionar ya. Cada día que se pierde en la toma de decisiones es un tiempo que se añade a la desesperación de esta pobre gente que lo único que anhela es seguridad para los suyos. La respuesta de Europa debe ser racional, humana, solidaria. Digna. Rápida. Es ante estas situaciones cuando un proyecto político y ciudadano, en este caso el europeo, está en la obligación de demostrar su altura y solidez a quienes buscan soluciones, a quienes piden refugio.