Los Premios Gorila nacieron (de la mano del Loro Parque) como un galardón destinado a premiar tanto el esfuerzo y la dedicación al sector turístico como el respeto al medio ambiente. Un reconocimiento, en definitiva, a las personas y entidades que han destacado por su buen hacer y compromiso. Nobleza, fortaleza y lealtad. Cualidades que antes, ahora y siempre, merecen ser aplaudidas
Hace ahora tres décadas, la investigadora Petra Deimer vivió una experiencia que cambió su vida. Fue testigo, como se recordará, de la matanza de un cachalote en la Estación Ballenera de Madeira. Aquel suceso removió su conciencia. Tanto, que a partir de ese momento decidió consagrar su tiempo –su vida- a la protección de los cetáceos.
Con esa nobleza, fortaleza y lealtad a la que he aludido – y con ese coraje, cabría añadir- dio un giro a su trayectoria vital y profesional, reforzando su compromiso con la defensa de estos animales. Hace treinta años, Petra Deimer tomó una decisión que en aquel momento se consideró una apuesta arriesgada, a contracorriente. Pero, a pesar de las dificultades, siguió adelante.
Con ese punto de partida, la suya ha sido una trayectoria marcada por valores como la capacidad de superación y la determinación. Una determinación que ha dado sus frutos. Frutos -o resultados- tan importantes como, desde 1981, la prohibición del comercio mundial con productos de cachalote. O el cierre de la Estación ballenera de Azores. O la idea de crear una zona protegida para los cetáceos, un santuario, en la Macaronesia.
Cuando comenzó su andadura en defensa de los cetáceos, sus acciones constituían una lucha casi individual. Un grano de arena, una minúscula aportación al planeta de una visionaria, de una defensora de la utopía.
Treinta años después, sus logros hablan alto y claro de lo que un compromiso firme puede llegar a conseguir. Hoy, su causa es la de millones de personas que entienden que la Tierra, sus recursos y las especies que lo habitan no son reemplazables.
Esa conciencia ha calado en los ciudadanos y en los gobiernos. Somos muchos los que entendemos, defendemos y trabajamos por un modelo de desarrollo responsable. Un modelo cuyo precio no sea abusar de los recursos. Que no agote nuestro suelo. Que no hipoteque nuestro mar.
Petra Deimer fue en su día una precursora, la punta de lanza de un modelo que aspira a ser una forma de convivencia, una forma de vivir con la biodiversidad que nos rodea.
Sin duda, la crisis que estamos afrontando no es exclusivamente de carácter económico. Esta coyuntura marcará –está marcando ya- un antes y un después. Cabe hablar, no ya de crisis, sino de la transición a un tiempo diferente. En esta dirección, esa transición está haciendo que nos replanteemos -a nivel individual y colectivo- conductas de consumo o de producción. También actitudes y prioridades.
Cada vez con más nitidez, asoma una conciencia crítica entre la población, una nueva escala de valores. Se impone una nueva forma de hacer las cosas. Más respetuosa con el medio ambiente. Más solidaria. Más responsable.
Estoy convencido de que –siendo tan dolorosa en tantos aspectos- esta transición nos brinda enseñanzas que nos reforzarán individual y colectivamente. Valores como la solidaridad o la voluntad de ayudar a los más débiles (sean de la especie que sean). La búsqueda de la excelencia, la sostenibilidad económica y ambiental. El impulso de las alternativas de crecimiento equilibradas, respetuosas y socialmente justas. Ejemplos, estos entre otros, de una nueva manera de afrontar el futuro que cada día va calando más en las sociedades.
Ejemplos como el de Petra Deimer. Y el de tantos otros que, desde distintas esferas, hacen de su vida y su trabajo un compromiso para hacer posible un mundo mejor.
Enhorabuena por este galardón.
Muchas gracias