La sorprendente e inédita decisión de Pedro Sánchez de abandonar sus
responsabilidades institucionales para tomarse cinco días de reflexión, con el
fin de decidir sí “merecía la pena” continuar al frente del Gobierno, pasará a la
historia como uno de los hechos más alucinantes de la política española.
Con todo, más alucinante y esperpéntica, si cabe, fue la escenificación de su
comparecencia para comunicar a la ciudadanía la decisión de continuar con
sus obligaciones de presidente del Gobierno de España. Recuérdese que los
dos principales ejes argumentales esgrimidos fueron, por un lado, las muestras
de apoyo que percibió de los ciudadanos congregados en la calle y, por otro, su
determinación de liderar la regeneración de la política española, sirviendo de
“ejemplo” en el ámbito internacional.
Objetivamente analizados, ninguno de sus dos argumentos resulta
convincente, después de haber sometido a un alto nivel de estrés al Partido
Socialista y a sus socios parlamentarios.
Por lo que respecta al apoyo recibido en la calle, algunos medios, entre ellos el
diario “El País” y la Cadena Ser, cifraban en “varios miles” o “unos 12.500” el
número de manifestantes reunidos al grito de “Pedro, quédate”, ante la sede de
Ferraz y alrededores. El dato incluso parece ridículo si se compara con los
centenares de miles que se movilizaron en todo el Estado, el pasado mes de
noviembre, pidiendo su dimisión por la aprobación de la Ley de Amnistía.
Sin duda, puede ser loable el deseo de Sánchez de liderar la “regeneración” de
la política española, haciéndola extensiva al mundo occidental, pero no se lo ha
puesto fácil su amiga y presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der
Leyen, blanqueando los acuerdos con la ultraderecha europea. Porque la
cruzada de los socialistas españoles contra los populares de Núñez Feijóo,
como consecuencia de la entente con el partido de Santiago Abascal, se
debilita con posicionamientos como los expresados por alguien tan relevante
como la líder comunitaria.
Es evidente que la política española derrapa de manera peligrosa desde hace
tiempo y necesita recuperar solvencia, respeto y credibilidad. Se impone un
cambio de rumbo para fortalecer la confianza en la democracia. Pero impulsar
medidas que favorezcan la regeneración exige grandes acuerdos políticos para
que tales cambios sean verdaderamente estables y sostenibles.
¿Con quién pretende Sánchez impulsar esas medidas? ¿Con Bildu? ¿Con
Junts? ¿Sólo? Parece claro que dicha regeneración de la política en España
solo puede pasar por un gran acuerdo entre socialistas y populares, que
incluya la participación, faltaría más, de las fuerzas territoriales, garantizando la
expresión de un Estado diverso y pluriterritorial.
Los soportes constitucionales del 78 han favorecido más de 45 años de
progreso y bienestar en el conjunto del Estado. Pero, después del tiempo

transcurrido, la democracia necesita actualizar sus instrumentos. De ahí que
resulte loable que el presidente Sánchez desee liderar el proceso, pero siempre
que dicha labor pueda afrontarse desde el dialogo, la generosidad y el acuerdo
troncal entre los dos grandes partidos de estado.
La situación de deterioro sufrida hoy por la democracia española exige pararse
y reflexionar. Estamos de acuerdo. Pero no por un asunto personal, sino con el
objetivo inequívoco de salvar nuestro sistema de convivencia.
Las reformas que necesita el Estado pasan por un gran acuerdo PP y PSOE.
Un entendimiento que garantice la viabilidad de dicho rediseño, durante los
próximos dos años, con el compromiso de que la convocatoria de elecciones
generales siguiente se realice ya con las nuevas reglas de juego pactadas.
Todo lo demás no pasaría de ser un frustrante brindis al sol, continuando la
peligrosa deriva hacia la fractura social y política, sin precedentes en la España
contemporánea.