Las encuestas de cara a las próximas elecciones generales en España apuntan a una
victoria holgada para la suma del Partido Popular y el ultraderechista Vox, que lidera
Santiago Abascal. En el contexto de las tendencias ideológicas en las que se están
moviendo las últimas convocatorias electorales en el Mundo Occidental, nada que
extrañar.
En España, a partir de esa premisa, ninguna otra fuerza con representación
parlamentaria tiene el mínimo interés en un adelanto electoral. Obviamente, el que
menos es Pedro Sánchez. Su partido, el PSOE, no pasa por un buen momento y su
objetivo es estirar al máximo la legislatura y ver si escampa. A las gravísimas
acusaciones por corrupción que se le imputan a sus dos últimos secretarios de
Organización, Ábalos y Cerdán, se unen las denuncias que se ciernen sobre miembros
directos de la propia familia del presidente.
Por si le faltaba poco, el escándalo interno abierto por las no denuncias por acoso
sexual sobre algunos dirigentes, que campaban con galones entre Ferraz y La
Moncloa, ha abierto un desconcierto interno de consecuencias imprevisibles.
En el largo recorrido transcurrido desde la moción de censura a Mariano Rajoy, en
2018, Sánchez siempre ha contado con unos compañeros de viaje firmes e
interesados. Gestionar una mayoría parlamentaria que concilie los réditos de fuerzas
políticas tan opuestas como Junts, Bildu, PNV, Esquerra, o la amalgama de partidos
que representa Sumar, tiene mucho mérito. La habilidad y determinación de Sánchez
lo ha hecho posible.
Para cualquiera de los aliados que le han acompañado en estos siete años, no existe
alternativa alguna al pacto parlamentario nucleado en torno al PSOE. Pero, ¿bastarán
la determinación de Sánchez y su capacidad de resiliencia para agotar la legislatura?
En mi opinión, no. Tendremos elecciones generales en el primer semestre del próximo
año.
La dimensión de los escándalos que presuntamente afectan a los socialistas está
comprometiendo la credibilidad de sus socios, que, más pronto que tarde, intentaran
soltar lastre para no verse arrastrados.
Desde la óptica canaria, la gestión de esta situación también se antoja muy
complicada. El escaso peso político, económico y social que tenemos en el ámbito del
Estado obliga a seguir tragando con ruedas de molino, ante la desidia del Gobierno de
España.
Si intolerable es la tomadura de pelo en el incumplimiento en materia migratoria,
mucho más es la supuesta solución dada al plan de recuperación de la Isla de La
Palma, consistente en dedicar el ahorro de los canarios al cumplimiento de una
obligación del Estado.
Con una sola diputada de obediencia canaria, después del compromiso de apoyo
otorgado a la investidura de Sánchez, sufrimos una posición política compleja. El
respaldo de Coalición Canaria no es imprescindible para su Gobierno, pero sí
conveniente, desde el punto de vista político. Los claros y oscuros en la relación del

Archipiélago con el Ejecutivo estatal tendría más de lo primero si las Islas dispusieran
de cinco diputados de obediencia canaria.

La solidez del pacto que gobierna en el Archipiélago ha resultado clave para disipar
cualquier intento de interferencia del Gobierno español en las relaciones de los
nacionalistas con los populares. La lealtad con la que está funcionando el pacto CC-
PP podría ser un buen punto de partida en el nuevo escenario político que se
vislumbra en el conjunto del Estado.
No obstante, el comportamiento que históricamente han tenido con Canarias tanto el
PSOE como el PP siempre ha sido el mismo: tratarnos como una colonia alejada.
Unos y otros solo nos han prestado atención cuando necesitaron los votos canarios.
Así que preparémonos, porque pronto estaremos citados para definirnos en las urnas.