Aunque lo intuíamos, faltaba el pragmatismo que aportan los datos para aseverar con
objetividad que la implantación de una tasa turística no afectaría a la llegada de
turistas a cualquier lugar de las Islas. Vamos, que su imposición no frenaría los niveles
de ocupación de los establecimientos hoteleros y extrahoteleros de nuestro
Archipiélago.
A pesar de que la experiencia ya había sido ensayada con éxito en España, en los
territorios de Cataluña, Baleares y Galicia, o que ciudades turísticas por excelencia
dentro de Europa, como puede ser Roma, París o Amsterdam, hacía tiempo que la
aplicaban con la máxima normalidad y eficacia, en Canarias siempre ha habido
muchas reticencias a su implantación. Pese a que la tasa la pagarían los visitantes, no
los empresarios del sector.
La intuición, el olfato político y la determinación de la alcaldesa de Mogán, Onalia
Bueno, nos ofrece un golpe de realidad: la implantación de una tasa turística en las
Islas tampoco afectaría a la llegada de visitantes. La valentía de esta regidora a la
hora de imponerla en establecimientos hoteleros y extrahoteleros de su localidad, en
contra de instituciones y organizaciones empresariales, abre el camino a otros
municipios o entes supramunicipales. Por los datos, daño no hace y sus beneficios
ayudarían a la mejora de la calidad y competitividad en el sector.
En seis meses y doce días, según la información aportada por la señora Bueno,
Mogán ha recaudado 669.425,90 euros, sin que, como era de prever, se hayan
resentido los niveles de ocupación y beneficios turísticos. Es lógica y razonable su
recomendación de que la tasa debería extenderse a todo el Archipiélago.
Otra cuestión es la del destino de lo recaudado. Indudablemente, lo más razonable es
que fuera dedicado, con carácter finalista, a la mejora del producto turístico que
ofrecen nuestras Islas.
Aunque seguimos manteniendo una considerable ventaja, producto del clima, la
seguridad, la sanidad y la experiencia acumulada, la competencia no deja de crecer.
Cada día que pasa, la apuesta por el turismo resulta más intensa en todo el mundo. Y,
por lo que nos pueda afectar, también en países de nuestro entorno geográfico, como
es el caso de Marruecos.
En un futuro no muy lejano, serán las cosas bien hechas y la excelencia de la oferta
turística isleña lo que nos ayude a continuar marcando distancias con nuestros
potenciales competidores. Es ahí donde debemos volcarnos. La naturaleza no nos
puede dar más, pero el trabajo, la inteligencia y la sabiduría de nuestros recursos
humanos, sí.
¿Mejora de los espacios? ¿Embellecimiento y limpieza? ¿Renovación de las
infraestructuras más sensibles en zonas turísticas? ¿Impulso a la innovación y a la
tecnología en la gestión? ¿Adecuación de lugares para el baño en zonas rocosas?
¿Actuaciones específicas en parajes naturales y áreas protegidas? ¿Formación de los
recursos humanos que prestan servicio directo o indirecto al sector? Son solo algunas
de las actuaciones que, con carácter finalista, podrían acometerse con la recaudación
de esta tasa.
Particularmente, me decantaría por invertir en formación. Hay una paulatina pérdida de
la calidad del servicio que le prestamos al turista y ello juega en contra de la apuesta
por la excelencia, que sería el objetivo a lograr, amén de otras consideraciones
relacionadas con la llegada de gente de fuera, el agobio en las carreteras, la falta de
vivienda o los sueldos precarios, muy usuales en una parte del sector.
¿Por qué no plantearnos un gigantesco plan de formación, en los próximos diez años,
con los 2.000 millones de euros que aproximadamente podría dejar la tasa turística?
Los datos aportados por Mogán confirman y ratifican lo que el sentido común ya
barruntaba.