Canarias necesita tener su propio proyecto en las dos próximas décadas, en
cualquiera de las circunstancias político-electorales que se puedan producir en el
ámbito estatal. Más si cabe, teniendo en cuenta la convulsa e incierta situación por la
que pasan Europa y el mundo, en general, y el espacio geográfico en el que nos
hallamos, mirando especialmente al vecino continente africano.
El proyecto que defina qué queremos ser, con el horizonte en 2050, debemos
articularlo entre todos los que tenemos claro que Canarias es la prioridad y nuestro
compromiso.
En 1996, los canarios acordamos un Pacto de Estado con el Gobierno de España, que
prácticamente ha estado vigente hasta hoy. Los frutos de aquel acuerdo, el más
importante alcanzado con el Estado español en los más de 500 años de nuestra
historia, son numerosos: el Estatuto Permanente en Europa; la revisión del Estatuto de
Autonomía; el reconocimiento del Régimen Económico y Fiscal; la financiación de
cabildos y ayuntamientos; el reconocimiento de nuestras aguas; inversiones en
puertos y aeropuertos; ayudas al transporte de pasajeros y mercancías; convenios de
carreteras, infraestructura hidráulica, reformas escolares e infraestructura turística;
capacidad normativa sobre el IGIC; apoyo económico a la Plataforma Oceánica
(PLOCAN) y al Instituto de Astrofísica (IAC); la Radio y la Televisión Canaria o la
Policía Autonómica…
La intensidad en el cumplimiento de estos compromisos ha dependido del peso
político tenido en cada momento por el nacionalismo canario, protagonista del pacto,
tanto en Madrid como en Canarias.
Cuando Coalición Canaria representó a la mayoría en el Parlamento de las Islas, con
más de 25 diputados, al tiempo que disponía de grupos propios en las Cortes
Generales, con 4 diputados y 6 senadores, resultábamos imprescindibles para la
estabilidad de los gobiernos españoles de turno. A los canarios se nos prestaba
mucha atención. Se nos respetaba.
Hoy en día, no gozando de la mayoría en el Parlamento de Canarias y con la exigua
presencia de una diputada y un senador en las Cortes Generales, nuestra capacidad
de influencia sobre el Gobierno del Estado y en la política española está muy
debilitada.
El éxito de aquel Pacto de Estado alcanzado en 1996 con Aznar, igual que el
consiguiente proyecto de modernización emprendido entonces en el Archipiélago, fue
posible gracias al esfuerzo de mucha gente que renunció a matices personales e
ideológicos y antepuso los intereses de Canarias por encima de todo.
El abandono, el desprecio y la indiferencia de España con su última colonia en el
Atlántico empujó a personas y partidos de diferentes Islas, con discrepancias
ideológicas y conceptuales importantes, a ponerse de acuerdo para la creación de una
plataforma política sin dependencia de Madrid, cuyo objetivo fuera la defensa de un
territorio europeo alejado y singular. Así nació Coalición Canaria, que, con muchos
aciertos, y también con errores, ha dado voz al Archipiélago en las últimas décadas. Si
no existiera un partido de obediencia canaria en Madrid, habría que inventarlo.
Tres décadas después, Canarias necesita un nuevo impulso. Después de un exitoso y
largo periodo de desarrollo y bienestar, otras circunstancias obligan y aconsejan
plantear un proyecto renovado, con el objetivo claro de definir qué queremos ser
quienes aquí vivimos, con el horizonte puesto en 2050.
En manos de los nacionalistas isleños está impulsar un gran acuerdo con la mayoría
social de las Islas (instituciones, organizaciones empresariales y sindicales,
universidades, etc.), que sirva para actualizar, durante ese periodo, lo que conocemos
como Agenda Canaria con el Estado.
El grado de cumplimiento de los objetivos planteados en el proyecto Canarias 2050
dependerá del peso político que tengan los partidos isleños, no dependientes de
Madrid, dentro del Parlamento de Canarias, el Congreso y el Senado. No puede haber
otra meta que recuperar la mayoría en la Cámara autonómica y los grupos en las
Cortes Generales.