Con la comparecencia de Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados para
abordar los asuntos relacionados con los casos de corrupción que afectan a su
partido, la política española entraría en el modo vacaciones de verano, hasta la
primera semana de septiembre.
En teoría, iba a ser así. Pero, visto lo visto, la realidad hace pensar que este periodo
estival va a tener de todo, menos tranquilidad. Dependerá del contenido de los nuevos
informes de la Guardia Civil sobre presuntas corruptelas en el entorno del presidente
Sánchez y del PSOE que se sigan filtrando.
En condiciones normales, hoy ya estaríamos en un escenario de disolución del
Parlamento y convocatoria de elecciones generales antes de concluir el año. Pero,
obviamente, no es la normalidad lo que marca el día a día político. España vive
momentos de excepcionalidad y de ahí que lo sucedido pueda estar lejos de la
sensatez y el sentido común supuestos.
Tras reconocer los graves errores cometidos en los nombramientos de José Luis
Ábalos y Santos Cerdán como responsables de Organización del partido, igual que el
de Paco Salazar para su renovada ejecutiva, la credibilidad de Sánchez ante los
socios que lo sostienen está bajo mínimos.
Tampoco le ayudan las dudas sembradas sobre determinados comportamientos de
familiares cercanos, como son los casos de su mujer, Begoña Gómez, su hermano,
David Sánchez, y ahora su suegro, Sabiniano Gómez.
Pero insisto en que la estabilidad para prolongar la legislatura más allá de año en
curso no dependerá de Junts, Esquerra, Bildu, PNV o Podemos, sino de las
novedades que puedan aportar nuevos informes de la Guardia Civil o las revelaciones
de Ábalos, Cerdán, Koldo o Pardo de Vera sobre el destino de las presuntas
comisiones por adjudicación de obra pública.
En caso de que aparecieran datos que pudieran ligar el cobro de comisiones ilegales
con la financiación del partido, habría que dar por finiquitada la legislatura. Muy a su
pesar, catalanes, vascos y podemitas se verían obligados a retirar sus apoyos a
Sánchez y no ver arrastrada su credibilidad ante sus votantes respectivos.
Las cuentas de los partidos independentistas están muy claras: preferimos un
presidente bajo la sombra de la duda, pero atado de pies y manos para seguir
obteniendo los mejores réditos para nuestros respectivos territorios, que una
alternativa de gobierno liderada por Núñez Feijóo, pero condicionada por el partido
ultra centralista de Abascal, que amenaza con acabar con los privilegios territoriales de
los que gozan desde hace mucho tiempo.
En este escenario que envuelve a la política española, todas las fuerzas nacionalistas
pescan para sus respectivos territorios, menos Canarias. Resulta palpable la pérdida
de peso político e influencia en Madrid del nacionalismo isleño. El toreo y la tomadura
de pelo que exhibe el Gobierno de España con las Islas en materia de migración, en
connivencia con todos los partidos estatales y la inmensa mayoría de los nacionalistas,
es una muestra de lo poco o nada que les preocupamos.

Cada día es más inquietante la desidia y el abandono con el que las autoridades
centrales tratan los asuntos del territorio más alejado del continente. Si por los hechos
los juzgamos, no hay duda de que desde Madrid sigue viéndosenos como la última
colonia española de allende los mares y no como un territorio europeo reconocido de
una manera especial en los tratados de la Unión.
Las fuerzas nacionalistas condicionan la gobernabilidad del Estado y desde las Islas
sólo nos va quedando la opción al pataleo. Sobreponerse a esta indeseable situación,
teniendo en cuenta las armas de las que hoy disponemos, solo es posible si se
despierta el orgullo y la pasión por defender el sentimiento de pertenencia e identidad
con nuestra tierra.
Quizá sea el momento de echarle más coraje, fervor y emoción a la defensa de lo
propio, antes que seguir dejándonos embaucar.O