La fragilidad medioambiental de cada una de las Islas, la limitación de recursos naturales, el
escaso margen para generar capacidad económica que garantice bienestar a la gente
que vive en el Archipiélago -igual que a las nuevas generaciones-, la altísima densidad
de población concentrada en los suelos aptos para el desarrollo urbanístico, el bloqueo
de nuestras principales carreteras, la insostenible llegada de foráneos en busca de un
puesto de trabajo (que vendrá asociada a un coche y a una casa), el agobio que
empieza a sufrirse por la masificación en las zonas turísticas y, entre otros, el sentido
común, ratifican plenamente el acierto del lema escogido para las concentraciones de
este domingo en las Islas: “Canarias tiene un límite”.
Evidentemente, son distintas las razones que conducen a fijar límites al crecimiento en
cada una de nuestras islas. Gran Canaria y Tenerife aglutinan todas las razones
expuestas en la entradilla de este artículo.
Lanzarote no debe perder nunca el sabio equilibrio entre respeto al medio natural y
desarrollo impulsado en los años 60 y 70 por el tándem integrado por César Manrique
y Pepín Ramírez. La calidad de vida de la que gozan los conejeros y su positivo
desarrollo social y económico tiene ahí su fundamento.
A Fuerteventura le sobraba territorio y le faltaba calidad en el desarrollo de sus
infraestructuras y equipamientos. La llegada de Mario Cabrera a la Presidencia del
Cabildo majorero significó un cambio de rumbo en el concepto y forma de hacer las
cosas. La isla tiene un potencial enorme sí apuesta con determinación por la calidad y
no por la cantidad. Pero el disparatado crecimiento poblacional registra le lleva a que
más del 70% de su población haya nacido lejos de la Isla.
Otros son los problemas de La Palma, La Gomera y El Hierro. En este caso, necesitan
masa crítica en algunas actividades económicas para ser competitivos. Ahora bien,
para ello debe primar la calidad y la sostenibilidad en sus políticas de desarrollo. Su
modelo no puede ser el de turismo de sol y playa. Las denominadas Islas Verdes
disponen de espacio para un crecimiento muy medido, en actividades relacionadas
con la ciencia, la tecnología, el cielo, el mar, las energías limpias, el sector primario o
desarrollos turísticos de máxima calidad.
Hace veinticinco años, algunos hablábamos de la necesidad de poner límites al
desarrollo desenfrenado que se estaba produciendo en el Archipiélago y limitar la
llegada de foráneos. Las posiciones que apostaban por un control en el desarrollo
urbanístico y turístico, igual que por filtrar la llegada de foráneos, fueron tachadas de
ombliguistas y xenófobas.
Es importante que las autoridades empiecen a tomar con determinación medidas
limitativas al desarrollo turístico y a la llegada de gente de fuera. Contra el crecimiento
descontrolado ya no se manifiestan solo grupos minoritarios de jóvenes nostálgicos y
enamorados de la naturaleza y el medioambiente. Esa corriente empieza a ser un
clamor popular y la presión sobre las instituciones no deja de crecer.
Hace algo más de un cuarto de siglo, en Canarias salíamos de la hambruna y la
pobreza de solemnidad que nos había perseguido históricamente, dejando atrás
tiempos oscuros en los que las familias canarias tenían que emigrar para sostener a
los suyos. En ese contexto, el crecimiento en cantidad de actividad económica, turismo
y gente de fuera venida en busca de trabajo se asociaba a desarrollo y bienestar. Sin
embargo, hoy las colas en las carreteras, el colapso en los servicios públicos, el precio
de la vivienda, la masificación en las zonas más turísticas o la competencia desigual
con gente foránea para ocupar un puesto de trabajo comienza a asociarse a
empobrecimiento y pérdida de bienestar y calidad de vida.
Sin duda, como indica el lema de las concentraciones de hoy, Canarias tiene un límite.