La situación económica de Canarias ofrece indicios como para pensar que las cosa
van bien. El número de personas empleadas, los datos sobre el paro, la ocupación y el
incremento del gasto turístico, las entradas y salidas por nuestros aeropuertos, los
niveles de consumo o, simplemente, el ambiente que se respira… Todo parece indicar
que la economía marcha. ¿Espejismo o realidad?
La medicina recetada por la Unión Europea para superar la crisis que azotó al mundo
entre 2020 y 2023, como consecuencia de la pandemia del COVID-19, nada tuvo que
ver con la prescrita a raíz de la que nos había castigado con anterioridad, entre 2008 y
2014.
De la más reciente se ha salido inyectando dinero al sistema, con una política
económica expansiva, intentando proteger y sostener el sistema productivo y las
personas. Por lo visto, las consecuencias de la aplicación de esta política justifican la
salud que muestra ahora la economía y el empleo.
De la crisis acaecida entre 2008 y 2014 se salió con ajustes en el gasto público y
recortes y restricciones en todos los servicios. Así, el resultado que dejó esa política
económica impuesta por la Unión Europea a sus estados miembros fue un fuerte
incremento del paro, desahucios, desamparo de las familias y destrucción de buena
parte del tejido productivo.
Por otra parte, el cerrojazo obligado al consumo durante los años de la pandemia
generó un importante ahorro en el gasto de las familias, que, sin duda, ha sido la
gasolina económica con la que todas las actividades vinculadas al ocio y al turismo se
han beneficiado. De ahí el peso que tienen hoy en las Islas.
Es innegable que la actividad económica y el empleo en el Archipiélago también se
han visto favorecidos por las consecuencias de los conflictos bélicos que afectan al
Este de Europa y Oriente Medio. La suma de todo influye en la buena salud que
disfruta hoy la economía isleña, según los datos indicados.
Con todo, esta coyuntura favorable debería aprovecharse para abordar algunos
asuntos que llevan camino de cronificarse, comprometiendo aún más nuestro futuro.
Me refiero sobre todo a la ausencia de mano de obra. Empresarios de la construcción,
los transportes, el turismo, la agricultura, el comercio o la restauración, solo por citar
algunos ejemplos, siguen quejándose de que no encuentran quién quiera trabajar.
Aunque pasamos por unos momentos dulces en cuanto a la empleabilidad, no
debemos perder de vista que Canarias tiene más del 12% de personas desempleadas,
habiéndose cerrado diciembre con 156.344 personas en las listas del paro.
De modo que algo está pasando cuando las ofertas abarcan a todos los sectores
productivos y en todos hallamos una misma respuesta: no encontramos trabajadores.
Merece la pena profundizar en un estudio riguroso que aporte datos sobre las causas
que justifican esta situación.
Quizá haya que volcar más los esfuerzos en implementar medidas que estimulen el
empleo e incrementar los controles sobre quienes renuncien abiertamente al trabajo.
Está en juego el modelo de sociedad que vamos a dejarle a las nuevas generaciones
de canarios.

Desde luego, la solución no está en seguir importando mano de obra foránea, algo que
choca abiertamente con el modelo sostenible cada día más reivindicado por quienes
aquí vivimos. La llegada de más personas para trabajar en las Islas implica más
coches en nuestras carreteras, más sobrecarga de los servicios públicos, más presión
sobre el consumo de territorio o más demanda de viviendas, entre otras
consecuencias.
Es el momento de empezar a ser coherentes con lo que predicamos y lo que
hacemos.