Agosto enfila su recta final. Como suele ser habitual, llegado este momento, el
ambiente festivo y turístico inunda todas las Islas. Cada año son más los
canarios que deciden disfrutar de sus días de descanso veraniego dentro del
Archipiélago. Y es que la oferta que ofrecen nuestras ocho islas resulta
inigualable. La diversidad de cada una las hace muy atractivas para la gente de
la tierra y quienes nos visitan.
Por fortuna, estos últimos van descubriendo las virtudes del verano canario,
además de las propias de la temporada invernal -de noviembre a abril,
aproximadamente-, gracias a la bondad de nuestro clima, que la hacen
inigualable para el visitante europeo, cuya única alternativa está en el Caribe.
De ahí que, sin temor a equivocarnos, podamos concluir que la marca que
representa Canarias en el turismo de invierno está reconocida y afianzada en
todo el mundo.
Sin embargo, las condiciones climáticas del Archipiélago en los meses
estivales no son tan conocidas fuera del continente. A simple vista, se tiende a
pensar que el verano en Canarias resulta similar al de las regiones
mediterráneas, incluso en Baleares o el levante español. Con la excepción de
los episodios de calimas con raíz africana, la oferta climatológica isleña es
mucho menos calurosa, agobiante y extrema. Digamos que la oferta veraniega
de la marca Canarias dispone todavía de un amplio margen de crecimiento.
Sí nos atenemos a los datos estadísticos de ocupación turística o,
simplemente, a la observación visual en sus núcleos más representativos, en
sus paseos, plazas, bares, restaurantes, comercios o centros de ocio, no
parece necesario efectuar grandes esfuerzos promocionales sobre las
bondades veraniegas de las Islas. Todo parece marchar sobre ruedas. La
pandemia nos dejó una nueva cultura en el gasto familiar, de la que los
sectores vinculados al ocio, los viajes y el turismo son los grandes
beneficiados.
Pero surge la pregunta de si esta nueva cultura postpandemia, basada en vivir
al día o, incluso, comprometiendo de antemano el futuro, imperará por largo
tiempo o tiene fecha de caducidad, volviendo a vernos obligados a la
moderación, la mesura y el equilibrio en el gasto.
La realidad es que los tiempos del gasto expansivo y el desequilibrio
presupuestario en la economía familiar, pública o privada suelen verse
sucedidos por periodos de ajuste y saneamiento. Conviene estar preparados
para ello. Y si, efectivamente, acaba siendo así, volverá a ser necesario recurrir
al turismo como motor de la economía y el empleo en las Islas. Será entonces
el momento de reforzar, mediante la promoción, esos factores diferenciadores
que distinguen a Canarias también en verano.

La satisfacción generalizada sobre el momento económico que vive nuestra
economía, arrastrada por el tirón del turismo, coincide sin embargo con la
identificación común de un grave problema para un sector dependiente de la
calidad de los servicios: la escasez de mano de obra. Las empresas no
encuentran trabajadores para hoteles, apartamentos, bares, restaurantes o
comercios, igual que para la construcción.
¿Bajos salarios? ¿Precariedad en el empleo? ¿Carencia de viviendas para los
trabajadores? ¿Percepción de que las ayudas públicas desmotivan a los
parados a buscar empleo? Sea cual sea la razón, resulta necesario que
autoridades, empresarios y sindicatos reflexionen sobre esta realidad.
Porque, junto a la calidad del sistema económico, nos estamos jugando algo
más importante, como es el modelo de sociedad que queremos para las
nuevas generaciones: Una sociedad trabajadora, con ilusión y retos, dinámica y
afán de superación o, por el contrario, una sociedad domesticada y subsidiada,
más propia de ciertos modelos latinoamericanos que de la cultura europea que
compartimos.