El turismo tira de la economía en general y, particularmente, en Canarias. Los
datos de llegada de visitantes, ocupación alojativa e ingresos superan la
magnífica situación de la que se gozaba en el año 2019, antes de la pandemia.
Hemos salido de lo más duro de la crisis del coronavirus con un afán de
consumo espectacular. Es como si hubiéramos descubierto que la vida se nos
puede esfumar en un instante y que, además, se escapa de nuestro control. Y
de esta cultura consumista y de vivir al día se están beneficiando,
especialmente, los transportes, el ocio y el turismo.
Generalmente, los debates en torno al sector turístico han estado centrados en
cómo captar más clientes en los mercados tradicionales y, desde la crisis
2008/14, abrir nuevos mercados que permitieran una mayor estabilidad en los
niveles de ocupación. Sobre todo, si fallaba alguno de los mercados
tradicionales; es decir, Reino Unido, Alemania y España.
Afortunadamente, el trabajo promocional impulsado por el Gobierno de
Canarias, cabildos, ayuntamientos y organizaciones empresariales ha resultado
muy efectivo. Así, podemos decir que los mercados de los que se nutre el
sector están mucho más diversificados y que, por lo tanto, somos un poquito
menos dependientes de cómo les vaya a británicos, alemanes o españoles. 
Ni siquiera el abuso en el precio de los billetes aéreos -especialmente para el
turismo peninsular- está siendo un obstáculo insalvable para venir al
Archipiélago en este periodo dulce post pandémico del que disfruta el sector.
Pero este buen momento que vive el sector turístico no será eterno y por ende
nos obliga a seguir trabajando en la oferta global ofrecida a nuestros visitantes.
Las conexiones aéreas, el precio de los billetes, la renovación de la planta
alojativa obsoleta y el trabajo para progresar en la calidad de los servicios
prestados debe seguir siendo nuestra exigente obligación. 
En medio de los muy satisfactorios datos de ocupación, rentabilidad y empleo
que nos deja el turismo, se han abierto debates sumamente importantes y
difíciles por igual, que exigen que la defensa del interés general se imponga al
interés de parte.
¿Hoteles? ¿apartamentos? ¿casas rurales? ¿inmuebles para turismo
vacacional? Sin duda, todas las modalidades alojativas son importantes para
no perder competitividad con respecto a nuestros rivales.
El debate sobre el desarrollo y peso del turismo vacacional en las Islas está
siendo muy duro. Se divisa en el trasfondo una lucha de intereses entre
hoteleros y pequeños propietarios de inmuebles dedicados a dicha actividad.
Vemos en escena a una de las partes, la representación de las casi 200.000
viviendas vacacionales que tiene Canarias. La otra, la parte hotelera, apenas

necesita salir, porque sus intereses están más cerca de los planteamientos
esgrimidos por las administraciones públicas para la regulación del sector.
Para hallar una solución justa y equilibrada a este choque de intereses privados
conviene valorar unos principios de partida. Por ejemplo, la mayor parte de los
hoteles está en manos de propietarios foráneos, igual que las viviendas
dedicadas a turismo vacacional son un balón de oxígeno para la economía de
miles de residentes en las Islas. Además, miles de esas familias han invertido
para adecuar dichos inmuebles y ponerlos en rentabilidad, siendo
prácticamente su único recurso.
De otra parte, la dispersión de las viviendas vacacionales propicia un desarrollo
económico más equilibrado de cada una de las islas, donde, asimismo, muchos
pequeños negocios (bares, restaurantes, tiendas, supermercados…) se
benefician de una actividad que favorece también la recuperación y
rehabilitación de propiedades en mal estado.
En definitiva, lejos de redundar en una batalla entre dos opciones, hoteles o
viviendas vacacionales, nos hallamos verdaderamente ante dos modalidades
del todo punto compatibles y necesarias para las Islas, tanto en lo social como
en lo económico.