Este domingo tenemos el cuarto encuentro con las urnas en lo que va de año.
Los gallegos, los vascos y los catalanes ya tuvieron la oportunidad de renovar a
sus representantes en el ámbito autonómico. Ahora toca el turno de votar para
elegir a nuestros representantes en el Parlamento Europeo.
A nadie se le escapa que cada una de esas convocatorias electorales
evidencia un trasfondo en el que se divisa, con claridad, la pugna encarnizada
entre socialistas y populares por hacerse con el Gobierno de España. Un
objetivo mutuo por controlar la gobernabilidad del Estado sin freno ideológico,
ético o estético.
En Galicia, la pugna cayó de parte del PP, que renovó una vez más su mayoría
absoluta. Conviene tener en cuenta que hablamos de un tipo de desenlace que
se ha ido encareciendo desde que el bipartidismo saltó por los aires, en el año

  1. De ahí el éxito de los populares gallegos.
    Por el contrario, el Partido Socialista de aquella comunidad sufrió en dicha cita
    un duro revés, viendo cómo el BNG le superaba ampliamente como segunda
    fuerza política en el Parlamento.
    La buena noticia para los socialistas llegó en Euskadi, no tanto por el leve
    crecimiento obtenido en número de escaños, sino por servirle para renovar el
    acuerdo de gobierno mantenido con el PNV. Para Pedro Sánchez, el resultado
    en el País Vasco le ha garantizado la continuidad del apoyo de los peneuvistas
    en Madrid.
    Más enrevesado resulta el análisis de las consecuencias que puedan tener, en
    Cataluña y en toda España, los magníficos resultados obtenidos por Salvador
    Illa en las elecciones del pasado 12 de mayo. Nunca una gran victoria electoral
    como la obtenida por los socialistas catalanes ha terminado por convertirse en
    serio problema para el partido ganador.
    Desde que Pedro Sánchez alcanzó La Moncloa, mediante la moción de
    censura a Mariano Rajoy, tanto el partido de Puigdemont (Junts) como el de
    Junqueras (ERC) han sido aliados necesarios e imprescindibles para el
    mantenimiento de la coalición de gobierno entre socialistas y Podemos/Sumar
    en el ámbito estatal.
    A día de hoy, todo apunta a que los independentistas de centro-derecha que
    lidera el prófugo expresident no formarán alianza con el PSC para investir a Illa.
    Truncada la posibilidad de que sean los socialistas quienes entreguen a
    Puigdemont la Presidencia de la Generalitat, por inoportunidad política,
    intentarán forzar la repetición electoral para seguir creciendo a costa de
    Esquerra.
    Esta última formación afronta las negociaciones con los socialistas catalanes
    en plena crisis interna, como consecuencia de sus malos resultados en los

comicios recientes. El debate interno de cara a su próximo congreso,
convocado para noviembre, está completamente abierto y la disyuntiva sobre sí
facilitar el Govern al PSC o pasarse a la oposición no podrá resolverla hasta el
último segundo. Un sector importante de la organización achaca el descalabro
al colaboracionismo entreguista a los socialistas en Madrid. Si nadie lo
remedia, todo camina hacia la referida repetición electoral en Cataluña.
Desde la noche del 12 de mayo, todas las miradas políticas están centradas en
los movimientos estratégicos que puedan llevar a cabo los partidos
independentistas catalanes, por la afección que pudiera tener en la estabilidad
del Gobierno de Sánchez.
Transitoriamente, sólo por un par de semanas, las elecciones al Parlamento
Europeo de este domingo les ha robado el protagonismo, que recuperarán de
manera automática una vez se conozcan los resultados de esta nueva cita con
las urnas y se lleve a cabo, apenas horas después, la composición de la Mesa
del Parlament.
Por desgracia, en España hace tiempo que la composición de las mayorías de
gobierno, tanto en el ámbito estatal como autonómico, dejaron de obedecer a
criterios ideológicos, éticos o estéticos. Sólo interesa el poder por el poder. Por
repugnante que pudiera parecernos, los medios para conseguirlo ya no
importan.