El pasado jueves, 30 de mayo, celebramos el Día de Canarias, tal y como
venimos haciéndolo desde hace 40 años: tomando como origen la primera
sesión celebrada por el Parlamento de Canarias, en esa misma fecha, allá por
1984, y uniendo más si cabe a todos los isleños, igual que a quienes así lo
sienten de corazón.
Con la aprobación de nuestro Estatuto de Autonomía, el 10 de agosto de 1982,
en desarrollo de lo previsto en la Constitución de 1978, se abrió una nueva
etapa en el Archipiélago, que celebramos cada año con orgullo. Porque, sin
duda, la llegada de la democracia y la aprobación de ambos textos son los
pilares sobre los que se ha apoyado la gran transformación de Canarias en
todo este periodo.
Quienes superamos el medio siglo de existencia estamos teniendo la suerte de
vivir y compartir el periodo más transformador de la historia regional, en todos
los ámbitos.
Sin embargo, es evidente que nuevos problemas amenazan nuestro bienestar,
exigiendo un esfuerzo máximo por parte de administraciones públicas,
empresarios, sindicatos y sociedad civil. Un impulso que sirva para garantizar
el progreso de las generaciones presentes y venideras de canarios.
Los desmesurados crecimientos poblacionales producidos en islas como
Fuerteventura, Lanzarote, Gran Canaria o Tenerife; las desigualdades sociales
y la pobreza; el descontrol en la política migratoria; la masificación de las
carreteras; el desorden en el uso del territorio; el impulso a políticas que
ayuden a diversificar nuestro monocultivo económico o el pleno desarrollo del
Estatuto, por solo apuntar algunos ejemplos, han de estar presentes en el día a
día de los actores citados.
Los problemas a encarar hoy nada tienen que ver con los que padecimos a
finales de los años 70 y principios de los 80. El aislamiento, tanto interior como
exterior, la hambruna, la pobreza y la falta de oportunidades empujaban
entonces a los canarios contemporáneos de aquella época a emigrar para
subsistir.
En estas algo más de cuatro décadas, la población de nuestro Archipiélago
casi se ha duplicado. Hemos pasado de poco más de un millón de habitantes,
en 1982, a más de dos millones, en la actualidad. Canarias se ha ido
convirtiendo en tierra de oportunidades para gente de todo el mundo y es muy
difícil entender cómo siendo uno de los lugares más atractivos para quienes
vienen de fuera, sigamos con unas tasas de desempleo tan altas.
Nuestro crecimiento en autogobierno y la menor dependencia externa han
transcurrido en paralelo con la mejora de las comunicaciones en puertos y
aeropuertos; las medidas favorecedoras para que los residentes canarios

viajen a precios asequibles; el impulso a las comunicaciones aéreas y
marítimas entre las Islas; la mejoras de las infraestructuras viarias; la
construcción de centros educativos en todos los rincones; el cambio radical en
el sistema sanitario o la puesta en marcha de medidas amortiguadoras de la
exclusión social.
En definitiva, durante los 42 años transcurridos desde la aprobación del
Estatuto, Canarias ha progresado como nunca en la dotación de
infraestructuras, equipamientos y servicios. De ahí que los actos de canariedad
celebrados para arropar el 30 de mayo nos llenen de orgullo y despierten
sentimientos de identidad y pertenencia.
Ojalá que, poco a poco, esos mismos sentimientos sirvan como plataforma que
favorezca la unidad en la defensa de los intereses de quienes aquí vivimos.