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Pedro Sánchez ha ganado las primarias en el PSOE, el suyo ha sido un triunfo mayúsculo. Su victoria es incontestable. La mayoría de los militantes socialistas lo han respaldado ampliamente, y de forma equilibrada en todos los territorios del Estado. Tiene mucho mérito. Después de su abrupta caída como secretario general, en octubre, hace apenas unos meses, con el aparato del partido en contra y sin el favor de quienes han llevado al PSOE a gobernar en España durante veinte de los últimos cuarenta años.  Ha vencido con la mayoría de los barones autonómicos dándole la espalda y  con los principales medios de comunicación estatales en contra -tanto los afines ideológicamente como los que están en otras posiciones-. Ha ganado con la gestora del partido escorada hacia Díaz, Se ha impuesto a todos y pese a todos.

Ganó Sánchez con el discurso que mejor funciona política o electoralmente de tiempo a esta parte: deciéndole a la gente lo que la gente quiere oír. Esa fue la clave del resultado del referéndum para la salida del Reino Unido de la Unión Europea y también de lo ocurrido en las elecciones estadounidenses.

De la misma manera que los aficionados del Barcelona no quieren que gane el Real Madrid -y viceversa- un militante del PSOE no apoyará nunca un gobierno del PP. Los mensajes de Sánchez buscaron ese sentimiento: no al PP para construir una mayoría alternativa al Gobierno de Rajoy. Susana habló de España. Rodeada de las caras con más notoriedad del socialismo español de las últimas décadas apeló  a la responsabilidad. Dos hilos conductores. Dos resultados. Cara y cruz. Uno funcionó y el otro no. Los militantes socialistas no entendieron nunca la abstención que facilitó la presidencia de Rajoy y evitó una terceras elecciones. No se sintieron representados por la estrategia y los tecnicismos que justificaron la decisión de abstenerse. Su única bandera fue, y sigue siendo, que al enemigo ni agua.

Se intuía una sintonía entre el plan con el que se movió Javier Fernández al frente de la gestora y el que sirvió de hoja de ruta a Susana Díaz. El PSOE se colocó en una posición de partido de Estado -como siempre lo ha hecho-. Propició acuerdos importantes con el PP que lo afianzara como partido responsable, capaz de hacer una oposición constructiva y útil.

Facilitó un acuerdo para que el salario mínimo interprofesional haya tenido un incremento del 8%, en lo que supone la mayor subida de las tres últimas décadas. También para prohibir los cortes de luz por pobreza energética, accediendo el Gobierno a modificar la Ley del Sector Eléctrico para que conste de forma expresa la prohibición a la interrupción del servicio eléctrico a las familias consideradas vulnerables por los servicios sociales, ofreciéndose de esta manera todas las garantías al bono social. También para exigir a las entidades bancarias que tenían fijadas cláusulas suelo para las hipotecas la devolución a los afectados de todo -o al menos una parte- de los intereses injustamente cobrados. También tendió la mano para poner en marcha comisiones de investigación en el Congreso sobre la trama Gurtel o la salida a bolsa de Bankia -entre otras que vienen caminando-.

La estrategia seguida por los socialistas les permitía, además, alargar la legislatura para recomponerse de cara a las próximas elecciones generales y de paso quitarle el protagonismo a Podemos, acorralando así a los de Pablo Iglesias en un relato político que sirve para hacer mucho ruido pero escasamente útil para los ciudadanos.

Si en las elecciones votaran solo los militantes de los partidos el triunfo arrollador de Pedro Sánchez dejaba a los socialistas a las puertas del nuevo gobierno. Pero no es así. En las elecciones no votan solo los casi 200.000 militantes socialistas, sino alrededor de veinte millones de ciudadanos que tienen derecho al voto. Un partido de gobierno, como es el PSOE, para ser la primera fuerza política y poder formar gobierno tiene que sumar diez millones de votantes. El espacio ideológico que los socialistas necesitan  para gobernar debe necesariamente abarcar desde la izquierda al centro sociólogico, un centro que históricamente se ha movido según  las circunstancias económicas, políticas y sociales hacia el PP o hacia el PSOE.

A primera vista, el mensaje de Sánchez aleja al PSOE de ese centro ideológico y, siendo así, debilita sus opciones de gobierno y lo acerca a Podemos en la batalla para hacerse con la condición de primer partido de la izquierda. El problema del PSOE es que sus votantes pueden pecibir el giro que pretende Pedro Sánchez como un volantazo que aleja al partido de su espacio natural. Los militantes creen en el recuperado secretario general, pero genera dudas que millones de votantes apoyen el discurso que propone Sánchez